El rey Lear

Suplico a Vuestra Majestad
que, si es porque no tengo labia ni soltura
para decir lo que no siento, pues lo que pretendo
lo hago antes de hablar, hagáis saber
que no es ninguna mancha, crimen o vileza,
indecencia, ni acto ignominioso
lo que me priva de vuestra gracia y favor,
sino algo cuya falta me enriquece:
mirada obsequiosa y una lengua
que me alegra no tener, aun cuando no tenerla
me haya costado vuestra atención.
Excelsa Majestad, no pido más
de lo que habéis ofrecido, ni vos
queréis dar menos.
Déjeme que sea
por siempre la guía de sus ojos.
Siempre le honré como mi rey,
seguí como señor y recordé como patrón
en mis plegarias...
Pero ahora..le amo...
Le amo tanto mi señor...
Así pues, temerosa, le advierto:
Sepa usted que corre un grave peligro.
Y que estas torpes líneas sirvan a su vez de
declaración de sentimientos y a la vez advertencia ya
no tiene importancia alguna...Reuní suficiente valor
ante el temor que me embriagaba.
No se fíe de nadie, mi señor.
Los amigos parecen sólo, y las amantes
disimulan.
Nadie es quién parece ser. Nadie en la corte.
Si mi rey conserva autoridad de la manera
que ha mostrado siempre,
su renuncia no dará disgustos.
¡El tiempo mostrará toda doblez!
Atiénda mis plegarias, se lo suplico...escuche al amor...
¡Valiente palabra, «amor»! Pues bien,
mi «amor», si esta carta surte efecto
y se realiza mi plan...
¡Juntos estaremos y dicha ofreceremos!
¡Ventura tengáis amado mío!
Eternamente suya:
Laura King

PD: Ruego a los dioses sean pocas ya, las veces que esta,
su sierva, se haye con intenciones de fiarse y entregarse
a nadie en lo que resta de eternidad.
Y esperando que usted, mi honroso señor, tampoco.
Los recientes eclipses de sol y de luna no nos auguran nada bueno.
Aunque la razón natural lo explique de uno u otro modo, el afecto
sufre las consecuencias: el cariño se enfría, la amistad se quebranta,
la admiración se quebranta; en las ciudades, revueltas; en las naciones,
discordia; en los palacios, traición...
¡Nuestra culpa, la honradez!