La alfombra.


He tirado mi alfombra.
Una alfombra barata que compré en un mercadillo un día caluroso.
Era marrón, una burda imitación de listones de bambú.
Tenía la tela que la enmarcaba despegada por todos los sitios.
Pero a mí me gustaba.
Tapaba el suelo, que siempre es frío. Daba un aire a cabaña de las montañas a mi salón.
Lo hacía más cálido.

Pero la he tirado.
La he enrollado y la he bajado escaleras abajo.
La he dejado apoyada contra el contenedor porque no me sentía capaz de meterla dentro, como si fuera un cadáver del que hay que deshacerse y salir corriendo.
Además, creo en el intercambio altruista de mobiliario desechado. Que no reciclaje. Que en eso no creo.
He pensado que una alfombra así aún podía tener un uso en otra parte, calentando el suelo de otra fría casa.
Al volver a entrar en el salón, he notado que ya empezaba a refrescar.
Se notaba tanto su ausencia.
Me ha dado una punzada el corazón, un poco de temor, un poco de arrepentimiento, la soledad.
Así que por no llorar me he sentado a escribir sobre ella y he visto que sólo eran tres líneas. Tres años con ella no han sido toda una vida. Vamos, que tres años, tres líneas.
Y al escribir esta última frase he desviado la vista de la pantalla y he mirado por la ventana, ¡que sorpresa!, con un suspiro de alivio he podido ver que una mujer rubia, con un vestido de verano, unas grandes gafas de sol, sandalias y un cigarrillo en la boca, miraba y remiraba mi abandonada alfombra, para al final, con un movimiento garboso y desenfadado cogerla entre sus brazos llevándosela a rastras con el cigarrillo en la boca cual obrero en plena faena.
Y así me he quedado, sin ella, vacía, fría, pero decidida, esperanzada, paladeando un futuro dónde aún quedan muchas alfombras que pisar, y sonriendo al pensar en esa mujer rubia, en lo contenta que estará, agradeciendo a los dioses basuriles su suerte, mientras coloca la alfombra en su salón.
Y he soltado una carcajada al imaginármela tropezando con sus bordes despegados una y otra vez, soltando improperios, para finalmente, bajarla a la calle, apoyarla en algún sitio y echarla de menos.
Pero un ratito sólo, unas tres líneas más o menos.

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