Miren a ésta mujer
Hoy actualizo con mi última obra de la serie "de puntillas por los bordes". Serán bastantes más. Pero las reservo para algo que se me ha ocurrido.
(Hice este texto para alguien, pero supongo, que no le molestará que lo retome para que forme parte de este proyecto. Supongo que no le molestará nada. Supongo que no se acordará de nada. Supongo demasiado y no debiera ni siquiera eso, de todas formas).
Miren a esta mujer.
Despeinada y con el maquillaje gastado.
Tirita a veces, muerta de frío.
Camina con paso apresurado pero temeroso,
Apretando fuerte los brazos contra su pecho.
Oprimiendo los labios creando una fina raya blanca,
Para así no dejarlos sollozar.
Sonríe cansadamente al llegar a su calle.
Al hacerlo la sangre vuelve a sus labios y se tornan rosados.
Sus ojos se vidrian por el cansancio. Los siente calientes.
Acelera un poco el paso.
Sus zapatos gastados resuenan en el silencio de esta noche oscura.
Las agitaciones zumban en su estómago vacío.
Se siente hueca.
Mírenla ahora, metiendo la llave en la cerradura.
Equivocándose, como siempre.
Esta no. Esta tampoco.
Recuerdos imborrables de casas de las que huyó.
En las que siguen las mismas cerraduras.
Consigue entrar. Enciende la luz.
Ahora piensa:
Esas escaleras…Todos los días…
Estoy tan cansada…
Respira hondo y pone un pie en el primer escalón.
Una lágrima furtiva brota de su ojo derecho.
Rápidamente, con vergüenza y rabia
se la seca con el dorso de la mano fría.
Otro pie. Segundo escalón, y piensa:
Algún día no costaréis de subir.
O algún día subiré y no volveré a tener que bajar.
Algo pasará.
Algo tiene que pasar.
Y pone otro pie en el tercer escalón,
mientras cierra los ojos con fuerza y
siente todo su cuerpo en tensión.
Miren, miren en este momento, algo está pasando.
La puerta tras ella se abre.
Ella se detiene afrentada, descubierta en su frágil intento.
Aprieta más los ojos. Casi hasta hacerse daño.
Entra una figura masculina, delgada.
Se acerca a la mujer, estática de espaldas.
Se para tras ella.
Ella abre los ojos de par en par, suspensa.
Miren como la mujer se aparta a un lado.
No quiere ser un estorbo.
La figura, sin mediar palabra, la recoge con sus brazos.
Una exclamación ahogada brota de los labios separados de ella.
Él la aprieta contra sí y comienza a subir.
Ella le mira con los ojos abiertos. Sin parpadear.
Él le sonríe.
Ella desea vivir en un ciento setenta y cincoavo.
Ella desea vivir en la torre de Babel.
Él la mira con ternura y después al frente.
Ella está a salvo.
Miren como se desliza uno de sus zapatos hasta caer,
Y ella ni se da cuenta.
Después cae el otro.
Miren como se quedan abandonados en la escalera.
En el segundo piso.
Y ella sin zapatos y ya no tiene frío.
¿Quién eres? Se pregunta ahora.
Un poco tarde cree.
En el tercer piso, sí, es tarde.
Y se cuestiona: ¿Por qué haces esto?
Mientras pone sus brazos alrededor del cuello del hombre
y le mira sintiéndose llena, y transparente, acerca sus labios
al oído del extraño y susurra:
¿Lo harás siempre?
Él no contesta, pero nota sus manos apretándole los muslos,
La cintura.
Ella cierra los ojos. Y sonríe.
Estamos llegando, dice él.
Y tiene la voz más dulce que ella haya oído.
Una lágrima tranquila se desliza por su mejilla.
Mimándole el rostro.
El hombre se para.
Ya han llegado.
Pero no la deja en el suelo.
La mira con amor. Le dice “Te quiero”.
Y entonces la deja caer por el hueco de la escalera.
Mientras ella sigue con los ojos cerrados,
Con la cara mojada por las lágrimas.
Con una sonrisa eterna.
Inventando nuevas preguntas.
Sin saber, sin querer saber qué le espera.
LK
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