Un diamante en bruto


La niña vino a este mundo en silencio.

Como si supiera nada más llegar cuál era su papel.
No gritó, ni pataleó. No berreó.
Simplemente observó cuanto había a su alrededor con sus ojitos nuevos y decidió callar.
Aún así, los manotazos en el trasero llegaron uno detrás de otro.

Debía ser una costumbre. Así que concluyó que sería mejor hacer caso omiso.

No exclamó nada en todo lo que conlleva venir a este mundo.
Tenía hambre, frío, y miedo. Pero no dijo nada.
Nadie creyó que aquello fuera especial.
Médicos, curiosos y familiares la rondaban y nadie notó nada raro.
Un bebe sonrosado más.

No se dieron cuenta de sus silencios hasta más tarde, comentando/comparando su bebé con los de otros progenitores:
-Pues mi niña no llora.
-¿Cómo?, ¿no llora?
-Nunca.
-Pues debe estar enferma.
Y así la trataron a partir de entonces. Como una tarada.

Ay que la niña no llora. Y tiene que llorar.
Porque todos lloran.
Tiene que llorar díos mío, por favor, Tiene que llorar.
¿Porqué no llora doctor?
Péguele, péguele un azote y verá como no llora.
¿Qué le pasa doctor?
¿Es muy grave?
El doctor no tuvo suficientes estudios para establecer un diagnóstico.
Pero posiblemente sí era una tara.

Y su madre lloraba porque su hija no lloraba.
Y su padre lloraba porque su mujer se pasaba el día llorando.
Y todos lloraban y la niña callaba.

Y así creció, con sus primeros pasos
Tropezó, se desolló las rodillas, y no lloró.
Luego la empujaron en el patio del colegio y no lloró.
Y después el primer chico que la besó después se besó con otra
Y ella lo vió y no lloró.
Y más tarde le gustó otro que la despreció y no lloró.
Y estudió y suspendió y no lloró.
Y después se enamoró y fue correspondida sin lágrimas de alegría.
Y aprobó una carrera y tampoco lloró de emoción.
Y lo único que la hacía pensar en llorar era que no podía llorar.
Porque en su rostro no hubo una lágrima jamás.
Pero en el mundo todos lloraban.
De tristeza a veces, de alegría otras pocas.
Y ella se acercaba, cuando oía gemidos, suspiros, o hipidos que advertían un llanto intrigada por ese acto indescriptiblemente humano.
Y a veces, los llorosos se le acercaban a ella, como atraídos a un gran pañuelo.
Sentada en un banco del parque, mientras los otros jóvenes hablaban, alguien le contaba, una mujer con abrigo, un anciano con su bastón o un niño con su bicicleta, como o cuanto había sido de triste aquello o lo otro. Y ella lo entendía pero no lo compartía.
Conocidos o no, se le arrimaban, le contaban, y acababan llorando a moco tendido y ella se llenaba de templanza.
Y así, maduró, y se convirtió en mujer.
Logró sabiduría, amor, riqueza y felicidad.
Porque como ya supo al nacer, pero le costó entender porqué
ella era la mujer que lloraba por los ojos de los demás.
Y sabiendo eso, nunca echó en falta una lágrima.








A Majoni, muchas felicidades.

Te quiere mucho:
;) tu amiga la llorona.

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