Dolor, ansiedad, principio de liberación


...¿Sabéis?

Hoy como todos los días, análogos, he despertado de un buen sueño y al abrir los ojos, en esa milésima de segundo que separa la duermevela de la consciencia, he notado un dolor punzante en el cerebro que ha ido extendiéndose por las ramificaciones de sus nervios, y he percibido como cada uno despertaba, aquejado por el cansancio de la extenuación que produce la vuelta en sí dolorida. De el dolor sobre el dolor dormido. Como una reanimación postoperatoria donde la anestesia desaparece de un segundo a otro.

Entonces he parpadeado un par de veces, he intentado no pensar en ello, como todos los días, días sinónimos, de mal escritor, días eternos sin ni siquiera noche que los distinga:

Laura no. Otra vez no. ¿Hace un buen día? Venga, mira. No. Vuelve a llover. ¿Tendiste la ropa?. Sí. Pues corre. Mierda...

Mientras, el dolor me baja desde el cerebro, ahora colapsado, por la medula espinal y circula a gran velocidad por ella hasta cruzarme de lado a lado a la altura del corazón, me apresa el pecho y es ahí donde se instala, y permanece el resto del día, perpetuamente, hasta que por la noche, el agotamiento es más fuerte que yo y caigo rendida entre mis sábanas y es sólo entonces cuando deja de estar, es decir, dejo de estar yo y él conmigo...
Oh! Pero no os preocupéis!... no es un dolor físico, no estoy enferma, ni padezco ningún tipo de epilepsia, ni siquiera un doctor pudiera observar con extraños aparatos de doctor por dónde circula mi dolor...
Le llamo dolor porque el ser humano inventa palabras que no necesitamos y elude y olvida los sentimientos que merecen un nombre.

Ansiedad le llaman.
Yo no creo que sea eso.

Deberían ponerle un calificativo. Y todos deberíamos saber llamarle por él. Hablaríamos de él en las tertulias del café. En la fila de atrás en clase. En la parada del autobús.
Porque no creo que ese dolor lo sienta yo sola.
Porque es un dolor inherente al ser humano.
Es la negación de la responsabilidad autoimpuesta, es la humillación del trabajo, es el desamor, o el amor que nace, son las ganas de vivir y las ganas de morir. Es la sensación de prisión, y la sensación de inmensidad... Es un colapso de nuestra razón, con tantos unos y ceros que está apunto de inventarse e instaurarse un virus y borrarse entero a sí mismo.
Es sólo la sensación de conciencia la que nos causa dolor.
Porque lo difícil en este mundo es permanecer cuerdo tras vivir lo vivido.
Y la negación a caer en esa causa produce agujetas en la mente.
Cansa vivir. Con sus pocas alegrías y sus tantas metas.
Cansa la necesidad absurda de querer enamorarse, y después amar, y después no ser amada, o sí, y después dejar de amar.
Cansa tener tanto dato alterable y modificable en nuestra cabeza...
Este mundo lo instauramos para otro tipo de cerebro.
Uno con menos capacidad de memoria.

Una ranura para los datos de el oficio de cada uno.
Una ranura para elegir y mantener a la persona con la que compartir recibos bancarios.
Una ranura para las acciones básicas, comer (implica conocimientos de cocina básica), lavarse, dormir, estar con la familia y celebrar la navidad.

Con tres estaría bien. Sí.

Y no con la maraña de sensaciones y pensamientos que cada día nos atacan deliberadamente y nos hacen necesitar beber alcohol hasta la madrugada en cuanto tenemos tiempo, o crearnos un fotolog para sentir que alguien nos escucha (¿y entiende?) o salir a correr dos horas por el parque todos los días.
Es demasiado potente, grandioso y extraordinario esto que se despierta cada mañana para la pequeñez del mundo que nos espera, el que sabemos que no está organizado para ello, que decidimos guardarlo, no ponerle nombre y eludirlo.
Pero está ahí. Todos los días.
Y no se llama ansiedad.


Yo le llamo: principio de liberación.

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